De vez en cuando es un buen plan y un buen remedio, a veces no. La música tiene una extraña forma de atascarse en las grietas de nuestras mentes, capaz de mantenernos despiertos durante largas noches y energizados durante las tardes nubladas. Rara vez nos deja realmente, como un fantasma amado que nos sigue dondequiera que vayamos. La música crea una resaca etérea que permanece en cada momento de vigilia, influyendo en nuestros sentimientos y alimentando la fascinación de todo tipo. Cuando estamos embriagados por las melodías, caemos en un trance, atrapándonos y quitándonos cualquier aspecto de la realidad que haya estado en nuestras vidas hace unos momentos. La música es una resaca transformadora e inmortal que permanece con nosotros mucho después de que las notas hayan volado.
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